El Señor Jesús, antes de subir al cielo y regresar al Padre, fundó
su Iglesia como sacramento de salvación, enviando a los Apóstoles a todo el
mundo con estas palabras: "Me ha
sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a
todas las gentes. Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin
del mundo" (Mt 28,18). Por ello, el trabajo que la Iglesia hace para
anunciar el Evangelio, en un contexto esencialmente de peregrinación, es por su
propia naturaleza de origen misionero, puesto que se cimienta en la misión del
Hijo y del Espíritu Santo, según el propósito de Dios Padre. Así lo plasmó el
Concilio Vaticano II en su documento Ad
Gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia (AG 2-9).
El corazón de esta acción misionera es, ciertamente, prestar atención a
las múltiples pobrezas que sufre la humanidad: económica, moral, espiritual,
etc. Por esta razón, es tan valioso el testimonio de los misioneros
que han entregado su vida para hacer visible la preocupación de Dios
por los pobres. Ellos dejan su vida cada día con
sus gestos, sus acciones, sus actitudes, amando no sólo de palabra
sino también de obra. Abrirse a la dinámica de una misión de
entrega a los más necesitados, requiere de discípulos con una actitud
de apertura, de diálogo y disponibilidad para promover la participación
efectiva frente a un escenario de calle, de periferias existenciales, donde en
muchas circunstancias Cristo aún no es conocido y, de esta manera, conectarse con
la realidad de la gente y sus correspondientes necesidades, a fin de proponer
el Evangelio de la Vida, como camino de sentido y plenitud.
De hecho, la Exhortación apostólica del Papa
Francisco, Evangelli Gaudium, sobre
el anuncio del Evangelio en el mundo actual, ofrece una visión motivadora e
interpelante acerca del espíritu misionero, haciendo énfasis en un aspecto
crucial para la Iglesia: “la inclusión social de los pobres”. Toda experiencia
auténtica de verdad y belleza, busca por sí misma su expansión, y cualquier
persona que viva una profunda liberación, adquiere mayor sensibilidad ante las
necesidades de los demás. Por consiguiente, un verdadero misionero a través del
acompañamiento mostrará el gran proyecto de amor del Padre, siendo fermento de
Dios en medio de la dura realidad que vive la humanidad.
El
anuncio del Evangelio no puede desligarse de la promoción humana del hombre,
por eso los misioneros se han convertido en los verdaderos protagonistas de
desarrollo de muchos pueblos. Han sido elegidos y enviados a servir a los demás
como propagadores de la verdad y no solo como gestores de obras sociales.
Enseñar en las escuelas, sanar en los hospitales, dignificar a la mujer en los
países donde están completamente olvidadas, acoger a miles de niños
abandonados, huérfanos y víctimas de conflictos armados, trasladarse a campos
de refugiados y trabajar por los grandes olvidados de la historia como son los
pobres, han de ser el blanco de su acción misionera. Sus vidas, como la de
Jesús, representan un compromiso. Han cruzado sus caminos con los que no
guardan esperanza alguna, con los que no tienen, con los que no pueden alzar su
voz, con los que no saben, con todos aquellos a los que las sociedades más
avanzadas han convertido en números estadísticos.
Finalmente,
todos, desde nuestra propia fe y capacidades, estamos llamados a ser misioneros. La
Iglesia brinda actualmente una amplia variedad de posibilidades para encauzar
las inquietudes misioneras de los cristianos, reconociendo que Dios fortalece nuestra vocación siempre de modo discreto y respetuoso
de nuestra realidad. Una lectura, un video, una representación, un encuentro o
una palabra, pueden dar la sensación inicial del llamado misionero para nuestro
prójimo. Cuando se ha descubierto la alegría interior de Cristo Resucitado, ya no
se puede guardar para sí. Entonces las renuncias, los sacrificios, las
persecuciones y todas las dificultades de la vocación misionera toman sentido,
porque lo único importante es predicar a Cristo y la salvación de los hombres,
y si se trata de poblaciones vulnerables e inmersas en el dolor, el sentimiento
de compartir ese júbilo será aún mayor.
Autor:
Seminarista Licember Cadenas
Fuentes:
· Concilio Vaticano II, Constituciones, Decretos,
Declaraciones, BAC, Madrid 2000.
· Francisco I, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, San Pablo, Buenos Aires 2014.
· CELAM, Documento de
Aparecida, Paulinas, Buenos Aires 2007.
· Muñoz, Luis. “MISIÓN Y ECUMENISMO”. El diálogo profético
de los discípulos misioneros de Jesucristo. Hacia un testimonio común del
evangelio. An.teol. 17 (1). 2015