sábado, 4 de agosto de 2018

Acompañamiento espiritual a los jóvenes



       Para iniciar y acompañar a los jóvenes, resulta necesario conocer la forma de llegar y conectar con ellos, con sus aspiraciones, deseos y preocupaciones, la forma de trasmitir el mensaje de fe. En ese sentido, se debe tener muy claras las claves de la sociedad en la que se mueven, los cambios de los estilos de vida, la psicología propia de sus edades, su realidad familiar y, sobre todo, el conocimiento directo de ellos mismos.

       Por  lo tanto, hay que dedicarles tiempo y saber acercarse a ellos en ese diálogo acertado, partiendo de la escucha y dejando hablar a las experiencias, sentimientos, anhelos, y dudas, para provocar y suscitar en ellos la repuesta de su vida y la aceptación del mensaje de Jesús. No puede descuidarse ese necesario acompañamiento personal-individual, porque es ahí donde Jesús se encuentra con cada uno, como lo hizo con los discípulos de Emaús, con el joven rico, con la samaritana junto al pozo, o con Pedro, en ese diálogo directo cara a cara, encontrándose con su mirada y sus palabras.

       De igual manera, el acompañamiento espiritual es mirar la vida de cada uno; cuando a los jóvenes se les pone en contacto con sí mismos, descubren la sed que tenían de Dios y el deseo de encontrarse con Él. La repuesta de fe es personal, después grupal y comunitaria, basándose en la oración y la fuerza del Espíritu Santo.

       Sin embargo, los jóvenes en su gran mayoría se encuentran solos, sin apoyo en el momento oportuno, es decir, no se cuenta con una propuesta de acompañamiento espiritual, sobre todo para los adolescentes, que enfrentan muchas dificultades y que traen como consecuencia negativos cambios de conducta, lastimándose ellos mismos y a los que los rodean; necesitan apoyo ante sus problemas, buscan repuestas a sus inquietudes, necesitan de personas que realicen un verdadero acompañamiento.

       El acompañamiento espiritual a jóvenes y adolescentes, es importante en su vida diaria, para que conozcan, acepten, sigan y se comprometan con Jesucristo y su mensaje de salvación;  una vez transformados en hombres nuevos, e integrando la oración y la acción, se convertirán en protagonistas y gestores de la construcción de una sociedad más humana y justa.  


Autor:
Seminarista Ayair Oberto


viernes, 3 de agosto de 2018

La Plegaria Eucarística, punto culminante de la Liturgia católica


Para el hombre religioso, una vida alejada del culto a Dios carece de sentido. Desde sus inicios ha elevado oraciones, plegarias, para que le escuche, le proteja o le consuele. Según sea el caso, la tradición del pueblo escogido por Yahvé, ha plasmado la interacción entre lo divino y lo terrenal. Esta interacción es el resultado de una religiosidad enraizada en todos los ambientes de la vida del hombre. En consecuencia, Jesús adopta esta cultura y la lleva a plenitud entregándose como sacrificio en la cruz.

Una mirada al sacrificio histórico de Cristo demuestra la existencia de un misterio que no ha sido comprendido del todo. Se relata una muerte que ha trascendido en el tiempo y que se perpetúa como oblación perfecta en cada Misa celebrada en todo rincón del mundo. Dentro de estas conmemoraciones, las plegarias eucarísticas establecen el punto culmen de la litúrgica católica. Conocer su contenido introduce al creyente en la historia de la salvación y lo involucra en el sacrificio que se ofrece, se hace partícipe en el encuentro comunitario y se apertura al encuentro personal con Jesucristo presente entre la asamblea.

El núcleo de la plegaria eucarística es el relato de la Cena del Señor. En ella se desarrolla la alabanza y la acción de gracias al Padre por la salvación de los hombres, la invocación del poder de Dios para actualizar la Cena de Jesús, y el anuncio de la obra redentora de Cristo. El sacrificio eucarístico es ofrecido por la Iglesia universal, quien pide la paz y la unidad. Es Cristo quien se hace presente y quien actúa a través del sacerdote.

En este sentido, la Pascua del pueblo de Israel que recordaba la salida presurosa de Egipto, era una señal de libertad y de estar ya en su propia casa. No obstante, la nueva connotación, esto es mi cuerpo y esta es mi sangre, define la Nueva Alianza que perfecciona la institución de la Pascua (cf. Ex 12,1-14) con la inmolación del cordero, y la escena del Sinaí (cf. Ex 24:3-8), con la alianza entre Yahvé y el pueblo mediante el sacrificio y aspersión de la sangre.

En la pascua cristiana, el Cordero de Dios, es inmolado en la cruz y comido en la Cena. Es una renovación del misterio salvífico de la entrega de Jesús perpetuado en la Misa como sacrificio de comunión, conmemoración de la muerte de Cristo y banquete escatológico. Todo esto se condensa en las Plegarias Eucarísticas, punto central y momento culminante de la celebración donde se demuestra el carácter sacrificial de la Santa Misa.

En las plegarias se subraya el interés por centrar la acción de gracias en el mismo Cristo y en su entrega amorosa desde la pascua. Sintoniza el espíritu de la liturgia con las necesidades del hombre como ser espiritual. Partiendo desde la historia salvífica,  inspirándose en la reforma conciliar, se desarrolla refriéndose a textos bíblicos con la intención de guiar al hombre pecador, a fin de crecer y alcanzar su perfección en Jesús.

La Iglesia actúa recordando el mandato del Señor “haced esto en memoria mía” (Lc 22,19), y de la exhortación de Pablo “pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga” (1 Cor 11,26), prolongando, incruenta y misteriosamente, la entrega de Cristo en el altar. La conmemoración litúrgica no es un recuerdo de un hecho pasado en la concepción lineal del tiempo, sino una actualización permanente del sacrificio.

Autor:
Seminarista Germán Piña

jueves, 2 de agosto de 2018

Acción misionera como entrega a los más necesitados




El Señor Jesús, antes de subir al cielo y regresar al Padre, fundó su Iglesia como sacramento de salvación, enviando a los Apóstoles a todo el mundo con estas palabras: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes. Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,18). Por ello, el trabajo que la Iglesia hace para anunciar el Evangelio, en un contexto esencialmente de peregrinación, es por su propia naturaleza de origen misionero, puesto que se cimienta en la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el propósito de Dios Padre. Así lo plasmó el Concilio Vaticano II en su documento Ad Gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia (AG 2-9).

El corazón de esta acción misionera es, ciertamente, pres­tar aten­ción a las múl­ti­ples  po­bre­zas que su­fre la hu­ma­ni­dad: eco­nó­mi­ca, mo­ral, es­pi­ri­tual, etc. Por esta razón, es tan  valioso el tes­ti­mo­nio de los mi­sio­ne­ros que han en­tre­ga­do su vida para ha­cer vi­si­ble la preo­cu­pa­ción de Dios por los po­bresEllos de­jan su vida cada día con sus ges­tos, sus accio­nes, sus ac­ti­tu­des, aman­do no sólo de pa­la­bra sino tam­bién de obra. Abrirse a la dinámica de una misión de entrega a los más necesitados, requiere de discípulos con una actitud de apertura, de diálogo y disponibilidad para promover la participación efectiva frente a un escenario de calle, de periferias existenciales, donde en muchas circunstancias Cristo aún no es conocido y, de esta manera, conectarse con la realidad de la gente y sus correspondientes necesidades, a fin de proponer el Evangelio de la Vida, como camino de sentido y plenitud.

De hecho, la Exhortación apostólica del Papa Francisco, Evangelli Gaudium, sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, ofrece una visión motivadora e interpelante acerca del espíritu misionero, haciendo énfasis en un aspecto crucial para la Iglesia: “la inclusión social de los pobres”. Toda experiencia auténtica de verdad y belleza, busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda liberación, adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás. Por consiguiente, un verdadero misionero a través del acompañamiento mostrará el gran proyecto de amor del Padre, siendo fermento de Dios en medio de la dura realidad que vive la humanidad.

El anuncio del Evangelio no puede desligarse de la promoción humana del hombre, por eso los misioneros se han convertido en los verdaderos protagonistas de desarrollo de muchos pueblos. Han sido elegidos y enviados a servir a los demás como propagadores de la verdad y no solo como gestores de obras sociales. Enseñar en las escuelas, sanar en los hospitales, dignificar a la mujer en los países donde están completamente olvidadas, acoger a miles de niños abandonados, huérfanos y víctimas de conflictos armados, trasladarse a campos de refugiados y trabajar por los grandes olvidados de la historia como son los pobres, han de ser el blanco de su acción misionera. Sus vidas, como la de Jesús, representan un compromiso. Han cruzado sus caminos con los que no guardan esperanza alguna, con los que no tienen, con los que no pueden alzar su voz, con los que no saben, con todos aquellos a los que las sociedades más avanzadas han convertido en números estadísticos.

Finalmente, todos, desde nuestra propia fe y capacidades, estamos llamados a ser misioneros. La Iglesia brinda actualmente una amplia variedad de posibilidades para encauzar las inquietudes misioneras de los cristianos, reconociendo que Dios fortalece nuestra vocación siempre de modo discreto y respetuoso de nuestra realidad. Una lectura, un video, una representación, un encuentro o una palabra, pueden dar la sensación inicial del llamado misionero para nuestro prójimo. Cuando se ha descubierto la alegría interior de Cristo Resucitado, ya no se puede guardar para sí. Entonces las renuncias, los sacrificios, las persecuciones y todas las dificultades de la vocación misionera toman sentido, porque lo único importante es predicar a Cristo y la salvación de los hombres, y si se trata de poblaciones vulnerables e inmersas en el dolor, el sentimiento de compartir ese júbilo será aún mayor.

             Autor:
Seminarista Licember Cadenas


Fuentes:
·     Concilio Vaticano II, Constituciones, Decretos, Declaraciones, BAC, Madrid 2000.
·     Francisco I, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, San Pablo, Buenos Aires 2014.
·     CELAM, Documento de Aparecida, Paulinas, Buenos Aires 2007.
·     Muñoz, Luis. “MISIÓN Y ECUMENISMO”. El diálogo profético de los discípulos misioneros de Jesucristo. Hacia un testimonio común del evangelio. An.teol. 17 (1). 2015

miércoles, 1 de agosto de 2018

Sembrando desde... Mucutuy



       Mucutuy es una de las parroquias que conforma la Arquidiócesis de Mérida ubicada al sur del Estado, correspondiente al municipio Arzobispo Chacón y a la zona pastoral Pueblos del Sur. Su nombre proviene del dialecto indígena MUCU: lugar; TUY: Piedra, “Sitio o lugar de las piedras”. Se encuentra ubicado a 1.405 m.s.n.m, limita por el Norte con los municipios Sucre y Campo Elías, por el Este con el municipio Aricagua, por el Sur y Oeste con la parroquia Mucuchachí; está aproximadamente a una distancia de tres horas del centro de la ciudad.

La fundación de dicha parroquia acontece a finales del siglo XVIII. Sus primeros misioneros fueron los padres agustinos. Según informe enviado a Fray Juan Ramos de Lora, Mucutuy tenía en 1787 un total de 120 habitantes, con los niños, entre los cuales había 29 indios casados, 2 viudas y 30 solteros. Eclesiásticamente fue un pueblo de doctrina dedicado en sus primeros años a San Antonio de Padua y hoy en día está bajo su patrocinio.

San Antonio de Padua, es el patrono y benefactor de Mucutuy, en su honor el pueblo celebra sus fiestas patronales el 13 de junio de cada año, a él se le deben favores que la comunidad agradece con misas y promesas. Es la fiesta central, desde junio de 1984, siendo punto de reencuentro de los mucutuyenses cada año. Además, vale la pena resaltar, la labor de sacerdotes forjadores, que con su carisma y valor promocionan y conservan las tradiciones y fe viva del sur merideño.

En este hermoso terruño del estado Mérida, de gente humilde trabajadora y de fe profundamente arraigada han brotado seis vocaciones sacerdotales desde el año 2008 hasta nuestros días ellos son José Ramírez, Ramón Rojas y Gerardo Ramírez  diocesanos, Adolfo Sosa y Alejo Fernández CJM y Jesús Peña de la orden Castrense; del mismo modo hay cuatro jóvenes en formación en el Seminario Mayor San Buenaventura. En este sentido queridos hermanos y amigos la invitación es a seguir orando por el aumento y perseverancia de las vocaciones sacerdotales y religiosas, para que hayan muchos jóvenes que estén dispuestos a trabajar en la mies del Señor.

No dejes de visitar esta encantadora población, su hermoso templo parroquial de arquitectura autónoma dedicado a San Antonio de Padua, sus calles y casas coloniales, de igual manera podrás disfrutar de hermosos paisajes naturales, visitar alguna de sus diez comunidades, monumentos naturales, además de disfrutar de sus comidas típicas, su artesanía, costumbres y tradiciones.

Autor:
Seminarista Jorge Rojas


martes, 31 de julio de 2018

Accesibilidad al conocimiento divino




Ese Dios en quien “nos movemos, existimos y somos; quien da la vida a los muertos y llama a la existencia lo que no existe; que es desde siempre y para siempre, nunca podría ser abarcable por nuestra inteligencia o nuestro deseo, siempre será para nosotros misterio”. Debe existir una postura, para llevar una vida espiritual que acarree al hombre ir descubriendo  la accesibilidad al conocimiento divino. Cada persona debe tener un modo propio definido sobre cómo encontrarlo, descubriendo que es el mismo Dios quien otorga la modalidad.

Dios equilibró desde el principio el conocimiento en el hombre, de tal modo que nunca puede llegar a conocer lo que Dios es, pero nunca puede ignorar que existe. En este encontrarse con Dios, Él lo quiere todo para el individuo, por eso el hombre debe perfeccionar al máximo toda modalidad que haya colocado en su interior, “el hombre de fe está absolutamente convencido desde el principio de que ha de dejar que Dios lleve las cosas por sus caminos, casi siempre incomprensibles”. Hay que dejar que Dios opere en este proceso, reconociendo que la obra la realiza Él mismo.

Dios es el fundamento por el cual se debe amar, no debe existir otra manera que ese amor, que es sin modo alguno. Él es el Ser más allá de todas las cosas, es un Ser sin modalidad. Por eso la condición por la que se le debe amar es sin modo, más allá de todo lo que pudiese decírsele, porque si se ama con una condición se puede limitar solo a ese modo, por ende exige al hombre la ausencia de forma de amarlo.

El concepto enfático y central que ayuda al hombre a encontrarse con Dios es el desasimiento. “El verbo alemán abescheiden significa separarse, apartarse, irse, despedirse, morir, resolverse”. Esto va conforme al hombre que puede vivir desasido, retraído, separado en medio del mundo. Cuando se miran todas las virtudes, propuesta por la teología, no se encuentra ninguna tan completamente inmaculada y tan capaz de relacionar al hombre con Dios, como lo es el desasimiento.

La vocación absoluta y total del ser humano debe ser la posesión de Dios, y un paso clave para ese encuentro es el desasimiento. Cuando ya ha encontrado el hombre un verdadero desasimiento no queda otra cosa que la posesión de Dios. La persona debe aprehender a Dios en todas las cosas y ha de acostumbrar su ánimo a tener siempre presente al Creador. La verdadera posesión de Dios, depende de la mente y de una afectuosa disposición hacia Él, no de un perenne y parejo pensamiento en Él mismo. El individuo debe estar compenetrado de la presencia divina y ser configurado a fondo con la forma de su Dios amado y hacerse esencial en Él, de modo que le resplandezca esta presencia sin esfuerzo alguno, y así logre desnudarse de todas las cosas y se mantenga completamente libre de ellas para que se haga visible esa imagen de Dios que se da por amor a la persona humana.

Quien, de tal manera, tiene presente al creador en todas las cosas y quien domina y usa su entendimiento en lo más elevado, conoce la verdadera paz y posee el legítimo reino de los cielos. Las obras humanas adquieren su bondad cuando la mente del hombre esté orientada únicamente hacia el Ser sin modalidad, y este es el hecho, en que toda persona tenga ese desasimiento interior para que así le dé cabida al Él, en medio de su vida, teniendo una dirección únicamente hacia el conocimiento divino.

Autor:
Seminarista Jhon Jairo Dávila


Fuentes:
García, José, “La voluntad de Dios”, Sal Terrae, Madrid, t. 98/6 (n. 1.146), Junio 2010, p. 511.
HAAS, Alois María, Maestro Eckhart, Barcelona-España, Herder, 2002, p. 33. 48-71
Rovira, Josep, “¿Por qué hablamos aún hoy de la Trinidad?, Sal Terrae, Madrid, t. 91/3 (n.1.065), Marzo 2003, p. 182.
Vives, Josep, Meditación sobre los ‘caminos de Dios’, Sal Terrae, Madrid, t. 83/4 (n. 978), Abril 1995, p. 255.

¿Dios es el origen del mal?



       La pregunta sobre el origen del mal ha estado presente en la vida del hombre, ya que cada ser humano se cuestiona “¿por qué en un mundo tan bueno creado por Dios existe el mal?”. Ante esta interrogante, el maniqueísmo (doctrina religiosa fundada por Mani, en el siglo II d. C.) plantea una doctrina dualista, es decir, que siempre han existido dos principios opuestos, uno bueno y otro malo; por otro lado, está el gnosticismo, que manifiesta que el mal se encuentra en las cosas materiales.

Estas teorías conducen a ver el mal como algo que procede de Dios, pero esto es imposible, porque Él es el Sumo Bien en el cual no existe el mal; ahora bien, si éste no es producto de Dios, ni de un dualismo, ni se encuentra en la materia; entonces ¿cuál es su causa? San Agustín responde a esta interrogante expresando que se origina del libre albedrío que Dios concedió al hombre.

Considerando que el ser humano es libre de volverse o apartarse de Él, es de ahí que se comprende, que la malicia es un alejamiento de Dios por parte de la voluntad creada, un alejamiento del Bien inmutable e infinito; y aunque la voluntad en sí misma es buena, la ausencia o privación del recto orden de la cual es responsable el agente humano, es la causa de la malignidad.

En consecuencia, esto nos lleva a entender que el mal del mundo no proviene de Dios, porque Él es el bien más elevado e incondicional. Por lo tanto, cabe señalar que éste es evidentemente una realidad opuesta a Dios, ya que es producto del uso incorrecto de  la voluntad y la libertad, es decir, del libre albedrío del hombre.

Autor:
       Seminarista Raúl Navarro



Fuentes:
Copleston, F. (2007) Historia de la Filosofía (tomo 2) “De San Agustín a Escoto”. Barcelona, España. Editorial: Ariel, p. p. 69-70.
Paupard, P. (1997) Diccionario de las religiones. Barcelona, España. Editorial: Herder, p.1078.
Brugger, W, (1978) Diccionario de filosofía. España, Barcelona, Editorial: Herder, p.p. 127-128.
Ortiz, A. (1995) Diccionario Teológico Enciclopedia. Pamplona, Colombia.   Editorial: Verbo Divino, p.28
Ferrater, J. (1975) Diccionario de filosofía (tomo 2). Buenos Aires. Editorial:      Sudamericana, p.p.75-77