sábado, 3 de septiembre de 2016

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario - Ciclo C

Reflexión  del  Santo Evangelio
                                        
Smta. Jimmy Peña
relsembrador@gmail.com

Evangelio según san Lucas (14,25-33), del domingo, 4 de septiembre de 2016
Lectura del santo evangelio según san Lucas (14,25-33)

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar." ¿O que rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.»

REFLEXIÓN El evangelio nos recuerda que tan apegado somos a este mundo, y que tan apegados somos a los lazos familiares y sentimentales; pero Jesús nos hace un llamado, a reconocer, que lo importante, no son los sentimientos hacia aquellos que nos aman, sino, buscar aquello que aun en el dolor y en el sin sentido de la vida, nos acercan a él.


 Cabe la pena preguntarnos ¿Qué intereses nos acercan a Dios y cuales nos separan de él? , o Serán  los sacrificio, esos que, nos acarrean costos,  o ¿serán nuestros propios interés que nos separan de lo que amamos en realidad?, pero el verdadero sentido que busca Dios en nosotros, déjeme decirles queridos hermano y hermana , es como una relación que no busca atar a nadie sino más bien, que se deja seducir y llevar por él, en un sentir que no sabes que es, y en un enamorarse de aquel que siempre es fiel, para no arrepentirse de ese amor buscando la felicidad y la riqueza espiritual del corazón, ahora preocúpate por no echar esos cimientos que no puedes acabar, y construye cimientos, fuertes con esos pedazos que te han hecho crecer y valorar lo bueno y la malo de la vida, quizás sean muchos pero son las oportunidades que te regala Dios, en el día a día. Pidamos a Dios todopoderoso que nos aparte de los apegos, deseos, y seducciones de este mundo y que nos acerque cada día más aquellos que merecen la pena seguir para construir el verdadero reino del Amor. 

lunes, 29 de agosto de 2016

JOSÉ HUMBERTO CARDENAL QUINTERO
PRIMER VENEZOLANO: MIEMBRO INSIGNE DEL COLEGIO CARDENALICIO

Resultado de imagen para cardenal quinteroJosé Leonardo Basto B.
joseleonardobasto@gmail.com

Ante un hombre de tan inmenso corazón solo se puede escribir con el corazón. Su obra fue como el mar, es imposible aprisionar sus aguas en los pequeños hoyos de la playa. Su montaña tiene tantas vertientes, que sólo se puede subir a ella por el camino del cariño. Su lejanía es tan excelsa, que solo se puede medir por años luz, y la única que tiene esa medida es la historia. Ella cantará un día su gloria, que consistió en servir a Dios, a la Iglesia y a la Patria. (Constantino Maradei Donato).

LA LUZ EN EL PÁRAMO

Solía decir el Cardenal Quintero, con humildad y un poco medio en diatriba, que él solo era un indio de Mucuchíes. Mucuchíes fue un pueblo de indios; pero ni hoy lo es, ni el Cardenal tenía un pelo de tal, si es que el vocablo pudiera asomar algo de peyorativo. Mucuchíes, repito, es grande, porque allí un día veintidós de septiembre de 1902 hubo un espléndido amanecer en el páramo; en esa fecha nació José Humberto Quintero Parra. Hijo de Genaro Quintero y Perpetua Parra. Bautizado el 31 de octubre de 1902, en la Iglesia Parroquial de Santa Lucía de Mucuchíes por Pbro. José de los Santos Viloria. La infancia de José Humberto es una vida normal de niño paramero, que apenas asoma su cabecita por su sombrero andino, una ruana limpia que lo defiende del frío, una especie de alpargatas para poder corretear por los solares vecinos.

El cóndor hacia las alturas. La infancia cardenalicia fue, siempre con mirada alta y lejana, como sus montañas de Mucuchíes, y con alma blanca y pura, como la Sierra Nevada que sus ojos niños, jóvenes y adultos contemplaron como ideal hacia sublime superación. En toda su existencia Mérida fue su ciudad, su corazón vibró en todo instante por la Ciudad de los Caballeros.

EL ESPLENDOR MAÑANERO

Atraído por la vocación sacerdotal decidió ingresar al Seminario de Mérida, tras lo cual se doctoró en Teología y Derecho Canónico en el Colegio Pío Latinoamericano de Roma, culminando su brillante carrera sacerdotal en 1926, con tan sólo 24 años. Posteriormente, regresa a su país en calidad de Secretario de la Nunciatura Apostólica en Venezuela. Vuelve a Roma a continuar sus estudios de derecho canónico, los cuales culmina en 1928, año en que comienza su ministerio sacerdotal. Su primer destino es como teniente cura de Santa Cruz de Mora (Edo. Mérida); y luego el Arzobispo Metropolitano de Mérida, Monseñor Acacio Chacón, lo designa como su secretario de cámara y gobierno y además es maestro de ceremonias de la catedral, vicario general del arzobispado y canónigo magistral del Cabildo Eclesiástico de Mérida. Por varios años, será jefe del servicio de las capellanías militares, institución que ayuda a organizar.

En 1953, es nombrado Arzobispo titular de Acrida, coadjutor, con derecho a sucesión, del Arzobispo de Mérida, Acacio Chacón y es consagrado en Roma el 6 de septiembre de 1953.

Con motivo del fallecimiento de Monseñor Rafael Arias Blanco, es designado por el papa Juan XXIII como el duodécimo Arzobispo de Caracas, el 31 de agosto de 1960 y luego en 1961 es designado Cardenal por el mismo papa, Juan XXIII, convirtiéndose en el primer cardenal venezolano de la historia del país. Durante su episcopado, se concretaron las negociaciones que llevaron a la firma del convenio entre el Gobierno venezolano y la Santa Sede, que determina en la actualidad las relaciones entre la Iglesia Católica y la República Bolivariana de Venezuela.

Además, del éxito eclesiástico dado por el trabajo y empeño sacerdotal, logró desarrollar otro de los talentos a través del cual lo reconocerán; Mons. Quintero quería mucho a su madre. A la muerte de doña Perpetua Parra de Quintero, el hijo, de suyo introvertido y amante de la soledad, se entregó de lleno a la oración y al retiro. Pero, un hombre tan servicial no podía quedarse en su jaula de dolor sin cantar.  Y cantó en su dolor y los colores le devolvieron el gozo interior y surgió el pintor retratista.

EL CENIT

El sol iba a llegar a su cenit. El Ávila inmortal ganaba en su pelea y le ofrecía el valle de Caracas: la capital, almácigo de héroes y cuna de las ideas libertarias en América Latina, era ahora su nuevo campo pastoral, al ser designado como Arzobispo de Caracas; luego, en el esplendor de la Basílica Vaticana, en solemne consistorio celebrado el 16 de enero de 1961, el Arzobispo Quintero recibía el capello cardenalicio de manos del papa Juan XXIII.

EL SOL DE LOS VENADOS

Al comparar la vida del Cardenal Quintero, con el sol desde que nace hasta que declina, el sol de los venados, es la hora cuando el sol vespertino y moribundo se va metiendo por entre las montañas andinas y, en un aviso de que regresará en la mañana auroral del día siguiente, se enciende más en rojo púrpura hasta que, al fin, se hunde en el horizonte.

El Cardenal pese a su última enfermedad y a sus dolores físicos y morales, jamás deseó morirse, pues como él mismo decía: toda edad tiene sus satisfacciones, y la vida aún en el sufrimiento, es un don de Dios y ellos pueden ayudarnos a expiar nuestros pecados. Si sentía dolores físicos, siempre se ponía en manos de la voluntad de Dios y como dijo un amigo suyo: de su cama hizo un altar.

NOCHE Y AMANECER

“Es durante la noche cuando resulta hermoso creer en la luz” (E. Rostand). Murió en verdad como mueren los santos, con la paz de Dios, con la fuerza de los sacramentos y con la compañía de sus amigos, en la ciudad de Caracas el día 08 de julio de 1984.
José Humberto Quintero fue hombre de vida sacerdotal pura, poseedor de una sólida formación intelectual, con amplios conocimientos teológicos y canónicos, de ideas nobles y patrióticas, caracterizado en vida por una modestia que fue una de sus virtudes más singulares, aplicando siempre su lema episcopal: “NON MINISTRARI SED MINISTRARE” “NO VINE A SER SERVIDO, SINO A SERVIR”.


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[1] Reseña eclesiástica tomada de: El Cardenal Quintero. Constantino Maradei Donato. Caracas: Trípode, 1985.