Testimonio de Fe

JOSÉ HUMBERTO CARDENAL QUINTERO
PRIMER VENEZOLANO: MIEMBRO INSIGNE DEL COLEGIO CARDENALICIO

Resultado de imagen para cardenal quinteroJosé Leonardo Basto B.
joseleonardobasto@gmail.com

Ante un hombre de tan inmenso corazón solo se puede escribir con el corazón. Su obra fue como el mar, es imposible aprisionar sus aguas en los pequeños hoyos de la playa. Su montaña tiene tantas vertientes, que sólo se puede subir a ella por el camino del cariño. Su lejanía es tan excelsa, que solo se puede medir por años luz, y la única que tiene esa medida es la historia. Ella cantará un día su gloria, que consistió en servir a Dios, a la Iglesia y a la Patria. (Constantino Maradei Donato).

LA LUZ EN EL PÁRAMO

Solía decir el Cardenal Quintero, con humildad y un poco medio en diatriba, que él solo era un indio de Mucuchíes. Mucuchíes fue un pueblo de indios; pero ni hoy lo es, ni el Cardenal tenía un pelo de tal, si es que el vocablo pudiera asomar algo de peyorativo. Mucuchíes, repito, es grande, porque allí un día veintidós de septiembre de 1902 hubo un espléndido amanecer en el páramo; en esa fecha nació José Humberto Quintero Parra. Hijo de Genaro Quintero y Perpetua Parra. Bautizado el 31 de octubre de 1902, en la Iglesia Parroquial de Santa Lucía de Mucuchíes por Pbro. José de los Santos Viloria. La infancia de José Humberto es una vida normal de niño paramero, que apenas asoma su cabecita por su sombrero andino, una ruana limpia que lo defiende del frío, una especie de alpargatas para poder corretear por los solares vecinos.

El cóndor hacia las alturas. La infancia cardenalicia fue, siempre con mirada alta y lejana, como sus montañas de Mucuchíes, y con alma blanca y pura, como la Sierra Nevada que sus ojos niños, jóvenes y adultos contemplaron como ideal hacia sublime superación. En toda su existencia Mérida fue su ciudad, su corazón vibró en todo instante por la Ciudad de los Caballeros.

EL ESPLENDOR MAÑANERO

Atraído por la vocación sacerdotal decidió ingresar al Seminario de Mérida, tras lo cual se doctoró en Teología y Derecho Canónico en el Colegio Pío Latinoamericano de Roma, culminando su brillante carrera sacerdotal en 1926, con tan sólo 24 años. Posteriormente, regresa a su país en calidad de Secretario de la Nunciatura Apostólica en Venezuela. Vuelve a Roma a continuar sus estudios de derecho canónico, los cuales culmina en 1928, año en que comienza su ministerio sacerdotal. Su primer destino es como teniente cura de Santa Cruz de Mora (Edo. Mérida); y luego el Arzobispo Metropolitano de Mérida, Monseñor Acacio Chacón, lo designa como su secretario de cámara y gobierno y además es maestro de ceremonias de la catedral, vicario general del arzobispado y canónigo magistral del Cabildo Eclesiástico de Mérida. Por varios años, será jefe del servicio de las capellanías militares, institución que ayuda a organizar.

En 1953, es nombrado Arzobispo titular de Acrida, coadjutor, con derecho a sucesión, del Arzobispo de Mérida, Acacio Chacón y es consagrado en Roma el 6 de septiembre de 1953.

Con motivo del fallecimiento de Monseñor Rafael Arias Blanco, es designado por el papa Juan XXIII como el duodécimo Arzobispo de Caracas, el 31 de agosto de 1960 y luego en 1961 es designado Cardenal por el mismo papa, Juan XXIII, convirtiéndose en el primer cardenal venezolano de la historia del país. Durante su episcopado, se concretaron las negociaciones que llevaron a la firma del convenio entre el Gobierno venezolano y la Santa Sede, que determina en la actualidad las relaciones entre la Iglesia Católica y la República Bolivariana de Venezuela.

Además, del éxito eclesiástico dado por el trabajo y empeño sacerdotal, logró desarrollar otro de los talentos a través del cual lo reconocerán; Mons. Quintero quería mucho a su madre. A la muerte de doña Perpetua Parra de Quintero, el hijo, de suyo introvertido y amante de la soledad, se entregó de lleno a la oración y al retiro. Pero, un hombre tan servicial no podía quedarse en su jaula de dolor sin cantar.  Y cantó en su dolor y los colores le devolvieron el gozo interior y surgió el pintor retratista.

EL CENIT

El sol iba a llegar a su cenit. El Ávila inmortal ganaba en su pelea y le ofrecía el valle de Caracas: la capital, almácigo de héroes y cuna de las ideas libertarias en América Latina, era ahora su nuevo campo pastoral, al ser designado como Arzobispo de Caracas; luego, en el esplendor de la Basílica Vaticana, en solemne consistorio celebrado el 16 de enero de 1961, el Arzobispo Quintero recibía el capello cardenalicio de manos del papa Juan XXIII.

EL SOL DE LOS VENADOS

Al comparar la vida del Cardenal Quintero, con el sol desde que nace hasta que declina, el sol de los venados, es la hora cuando el sol vespertino y moribundo se va metiendo por entre las montañas andinas y, en un aviso de que regresará en la mañana auroral del día siguiente, se enciende más en rojo púrpura hasta que, al fin, se hunde en el horizonte.

El Cardenal pese a su última enfermedad y a sus dolores físicos y morales, jamás deseó morirse, pues como él mismo decía: toda edad tiene sus satisfacciones, y la vida aún en el sufrimiento, es un don de Dios y ellos pueden ayudarnos a expiar nuestros pecados. Si sentía dolores físicos, siempre se ponía en manos de la voluntad de Dios y como dijo un amigo suyo: de su cama hizo un altar.

NOCHE Y AMANECER

“Es durante la noche cuando resulta hermoso creer en la luz” (E. Rostand). Murió en verdad como mueren los santos, con la paz de Dios, con la fuerza de los sacramentos y con la compañía de sus amigos, en la ciudad de Caracas el día 08 de julio de 1984.
José Humberto Quintero fue hombre de vida sacerdotal pura, poseedor de una sólida formación intelectual, con amplios conocimientos teológicos y canónicos, de ideas nobles y patrióticas, caracterizado en vida por una modestia que fue una de sus virtudes más singulares, aplicando siempre su lema episcopal: “NON MINISTRARI SED MINISTRARE” “NO VINE A SER SERVIDO, SINO A SERVIR”.

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[1] Reseña eclesiástica tomada de: El Cardenal Quintero. Constantino Maradei Donato. Caracas: Trípode, 1985. 

In memoriam

ANATILIA SOSA DE ROJAS

Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo
Su Excelencia, Arzobispo de Mérida - Venezuela


Hace apenas unas dos semanas, los sacerdotes y seminaristas merideños llenaron las redes pidiendo oraciones y ayuda para la señora Anatilia, pues se encontraba hospitalizada en el HULA por un voraz cáncer de páncreas que la llevó a la tumba el martes 26 de abril. Con apenas 53 años de edad, pues había nacido el 4 de noviembre de 1962 en la aldea Hato Viejo de Aricagua, donde bebió de la tradición cristiana de sus padres y vecinos.

Su cara era conocida de todos porque su participación en las celebraciones de la arquidiócesis como su membresía en la Cofradía del Santísimo y en los Cursillos de Cristiandad, la convertían en persona que no podía estar nunca ausente. Cariñosamente, le decían que era como el arroz blanco que no podía faltar nunca en la comida, cuando lo había, porque hoy es otra cosa; los muchachos del Seminario se encargaron también de ponerle el sobrenombre de “espíritu santo”, porque aparecía en todas partes. Sin bulla, ni protagonismos, ni exigencias de ningún tipo, se las arreglaba para participar en las ordenaciones diaconales y sacerdotales; al igual que para estar en los muchos actos de la Cofradía del Santísimo, de los Cursillos de Cristiandad o de los servidores del altar.

Mujer humilde y trabajadora, pagaba suplente en la escuela donde trabajaba para no perderse participar en las fiestas religiosas. Nunca pedía nada, como no fuera la estampa, folleto o recuerdo de cada acto. Con una sonrisa suave, con palabras en tono menor, traslucía la alegría de ser una contemplativa. Su gozo era inmenso y le llenaba la vida. Lo compartía con su esposo e hijos que la secundaban en sus andanzas. En San Jacinto del Chama donde vivía era una de las colaboradoras de los párrocos, sobre todo del Padre José Juan a quien admiraba y quería. Varias veces me pidió que no lo dejara en el Seminario sino que lo volviera a mandar a San Jacinto.

El mejor testimonio de la estima y admiración que tenía su persona, fue su última enfermedad, de la que nunca se quejó ni le impidió seguir su vida normal, como la manifestación popular y populosa de su velorio. Contó con la participación de más de veinte sacerdotes, del Seminario en pleno y de numerosos paisanos y amigos; presidió la eucaristía exequial Mons. Juan de Dios Peña quien la recibía gustoso y la llamaba por su sobrenombre que ella aceptaba con agrado, en sus asiduas visitas al Seminario San Buenaventura.

En la vida cotidiana hace falta valorar personas como ella. Su vocación cristiana en el hogar y aldea, las enseñanzas que recibió de las Hermanas Dominicas y Salesianas con las que estudió, su desprendimiento de todo lo material, su alegría que contagiaba, son el mejor ejemplo del valor superior de lo espiritual y motor de su vida. Predicó más con el testimonio de sus gestos que con las palabras. Seguro que el buen Jesús y María Santísima la recibieron con bombos y platillos en la presencia del Padre Celestial. Los muchachos ya la invocan como Anatilia santa, ruega por nosotros.

25.- 30-4-16 (3044)

 

Nota de Edición: Esté artículo fue publicado en el 2013 cuando nuestra hermana aún estaba en cuerpo presente con nosotros, y el articulista, Emerson Mora, era aún seminarista de nuestra casa de formación. Su re publicación es dada en homenaje a la mujer que tanto amó al sacerdocio.

A la memoria de Anatilia +27-04-16

ANATILIA Y LAS ORDENACIONES PRESBITERALES
 EN LA ARQUIDIOCÉSIS DE MÉRIDA

Pbro. Emerson Mora Mora
emerson_canagua@hotmail.com

Desde el punto de vista socio cultural, el aspecto religioso con sus manifestaciones diversas, conocidas como religiosidad popular, enriquece la idiosincrasia del merideño. En cada pueblo, nuestra gente expresa su fe desde las procesiones, romerías, etc.; en la mayoría de los casos se ha inculcado desde la niñez un gran respeto y veneración a lo sagrado, y por ende a los representantes de lo sacro, es decir, a los sacerdotes. Cada pueblo tiene sus personajes típicos que trascienden en la historia por su forma de ser y de actuar. Así por ejemplo, en nuestra Arquidiócesis hay un persona que desde hace muchos años ha causado la admiración de muchos y es conocida por asistir prácticamente a todas las ordenaciones presbiterales y fiestas religiosas en los diferentes pueblos, desde los más cercanos hasta los más apartados de la ciudad. Su nombre: Anatilia Sosa de Rojas.

La “Tierra de las Orquídeas”, Aricagua, aldea Hato Viejo, le vio nacer un 4 de noviembre de 1962. Sus primeros años transcurren en el campo junto a su familia en la comunidad de Mocomboco de este acogedor pueblito sur merideño. A sus 15 años aproximadamente viene a Mérida para estudiar durante cinco años en el Colegio San José de la Sierra de las Hermanas Dominicas de Santa Rosa de Lima, luego se va a Caracas donde permanece en un colegio de las Hermanas Salesianas.

Regresa a Mérida nuevamente y comienza a trabajar en un cafetín. Decide conformar una familia cristiana católica y se casa con el Sr. Narciso Rojas, nativo de San Pedro de Acequias, pero criado también en Aricagua. De esta unión matrimonial nacen cuatro hijos.

La Sra. Anatilia ha pertenecido a la Cofradía del Santísimo por más de veinte años, fue secretaria de la Cofradía en la Catedral y también participó en la Capilla del Carmen. Ahora hace vida parroquial activa en San Jacinto, tiene siete años de pertenecer al Movimiento de Cursillos de Cristiandad y asiste a la escuela de los Nuevos Ministerios.

Ir a una Ordenación Presbiteral en nuestra Arquidiócesis y no conseguir a Anatilia relativamente cerca de quien se ordena es inaudito. Siempre uno se pregunta ¿Por qué esta feligrés asiste a tantas ordenaciones y cómo hace para ir? Hace unos días conversaba con ella y me decía: “El motivo por el que asisto a tantas ordenaciones es porque es un acto muy sagrado. La ordenación de un sacerdote es algo que viene del cielo, que viene de Dios porque no todo mundo llega a ser Sacerdote. A mi me gusta porque yo vivo eso. No tiene comparación con otra cosa. Me llena el corazón una ordenación, la vivo a plenitud”.

Anatilia ha sido testigo presencial de alrededor de setenta ordenaciones, entre ellas ha asistido a la Consagración Episcopal de Mons. Baltazar Porras, Mons. Luis Alfonso Márquez y Mons. Alfredo Torres. Desde el año 1983 asiste, aunque con mayor frecuencia a partir de 1992.
Entre las ordenaciones presbiterales que recuerda y que ha asistido están la de los presbíteros Pedro Pablo Santiago, Petronio Carrero, José Trinidad Fernández, Leonardo Mendoza, Javier Muñoz, Juan de Dios Peña, Gerardo Salas, Numa Molina, Jhon González, Reinaldo Muñoz, Alirio Cadenas, Alexander Rivera, Luis Enrique Rojas, Amadeo Rossi, (+) Luis Edgardo Pérez, Railí Guerrero, Honegger Molina, César Serrano, Oscar Nuñez, Yan Darwin Rivas, Horacio Carrero, Alfredo Uzcátegui, Duglas Briceño, Douglas Carrero, George González, Jena Carlos Loaiza, Edduar Molina, Luis Morales, Verzanny Ramírez, Jonathan Zambrano, Nicolás Pérez, Jhonny Sánchez, Ramón Arellano, Adelfo Trejo, William Franco, Jesús Quintero, Pablo Castellano, Andrés Pérez, Jesús Rangel, Leonidas Montilla, José Alirio Contreras, Cornelio Marín, William Rosales, Amilcar lobo, José Ramírez, Luis Enrique Rodríguez, Javier Fernández, Humberto Maldonado, Ramón Paredes, Ronald Rojas, José Juan Flores, Jesús Montilva, John Cayama, Jorge Canadell, Jhon Emir Dugarte, Ramón Piñuela, Jilas Peña, Olivo Gómez, Ramón Rojas, Wuilliam Vázquez, José Luis García, Juan Cancio Márquez, Robinson Rondón, Edison Montilla, Gregory Lobo, Albeiro Ramírez, John Chacón, Ramón Parra, Gabriel Rivas, Abdón Araque, entre otros, incluyendo algunos religiosos.

En los últimos años se ha dedicado también a coleccionar el guion litúrgico de cada una de las ordenaciones para tenerlos como un recuerdo y para orar por cada uno de estos sacerdotes. Junto con el Padre José Juan Flores, sacerdote a quien la Sra. Anatilia quiere y admira mucho por toda la labor realizada en la construcción del nuevo Templo Parroquial de San Jacinto, fueron los padrinos de ordenación del Padre Narciso Nieto, nativo de El Chama pero incardinado en el Vicariato Apostólico de Tucupita.

En nombre de nuestro Seminario pedimos al Buen Dios que siga derramando bendiciones en su familia y que ese amor por los sacerdotes le ayude a seguir fiel en el discipulado, para seguir ayudando desde su condición a nuestra Iglesia merideña.


MADRE CARMEN RENDILES MARTINEZ
“UNA VENEZOLANA COMÚN EN CAMINO EXTRAORDINARIO HACIA LOS ALTARES

                                                                                                   Sem. José Leonardo Basto, I de Teología
                                                                                                                  joseleonardobasto@gmail.com

A lo largo de la historia se encuentran el testimonio de muchos hombres y mujeres que han dejado huella en el mundo, debido a su obra, su entrega y finalmente con su experiencia de fe. Venezuela no es la excepción, aquí en esta “tierra de gracia”, existe el testimonio de muchos que se encuentran en proceso de beatificación y canonización, entre ellos, está la obra de Madre Carmen Rendiles Martínez, su vida religiosa es lo más interesante desde cualquier ángulo que se mire. Nacida en un hogar cristiano el 11 de agosto de 1903 con la singularidad de la falta de su brazo izquierdo, fue desde los comienzos de su vida una persona de corazón grande y generoso para amar a Dios y a su familia. Alegre, comprensiva, inclinada al bien en medio de sus juegos y travesuras. A los 15 años, qué había en aquella alma: una nueva faceta, vocación religiosa, misterio insondable, el entregarse en  posesión a la divinidad de Jesús. Poseedora de la luz, de la gracia y de la experiencia de los bienes celestiales, desplegó las velas de su corazón al viento favorable del Espíritu Santo que la movía a navegar con apresurado vuelo a lo alto de la perfección. 

Después de una prudencial espera, llegó el momento tan ardientemente esperado y decidida, ingresa a la congregación religiosa de las hermanas Siervas de Jesús en el Santísimo Sacramento el 25 de febrero de 1927. Ya transitando un camino definido, se entregó completamente en manos de sus superioras para dejarse moldear conforme al corazón de Aquel que había tomado por esposo. Nada de cuanto podía suponer esfuerzo personal o sacrificio negó a Dios, le siguió con fidelidad, dejando todo en sus manos sin pensar más que en amarle. 

Entre lo que podíamos llamar la obra testamentaria de enseñanzas y admirables ejemplos de alegría, manifestada en la perenne sonrisa con que la Madre Carmen, Fundadora de la Congregación Siervas de Jesús, afrontaba las adversidades de la vida, entre ellas la diversidad de sufrimientos que el Señor le permitió, la precariedad de su salud, especialmente en los últimos años de su vida, incluyendo un accidente automovilístico que afectó especialmente sus piernas. Nos encontramos con un conjunto de enseñanzas que son manifestación no sólo del alto grado de unión con Dios, sino de la irradiación de las virtudes que inundando su corazón afloraban para hacer partícipes de las mismas a sus hijas y a todos los que de alguna forma tenían contacto con ella y admiraban sus virtudes.

Por ello afirmaba: «Soy de Dios, vengo de Dios, voy a Dios. ¿Para qué me creó Dios? Dios no me creó únicamente por crearme, para que viva. Dios al crearme tuvo un fin: que le diera gloria siendo santa» (Madre Carmen Rendiles, Ideario, 105.)

La venerable Madre Carmen, vivió su espiritualidad como una estructuración de toda su persona para Jesús Hostia, es decir, inicio un camino de vida teologal llevándola a entregarse completamente a su amado. “Hemos venido a la vida religiosa a enterrarnos vivas por amor, a enamorarnos más de Él cada día, y hundirnos cada día más haciéndonos más pequeñas, más humildes, más obedientes, más dulces; contentándonos de servir a los demás por amor a Él, que se entregó y se humilló por nosotros hasta la muerte de Cruz». (Madre Carmen Rendiles, Ideario, 101.).

El 9 de marzo de 1995 se abre el proceso para la canonización de la Madre Carmen ante las autoridades eclesiásticas. El 5 de julio de 2013, el papa Francisco reconoció las “virtudes heroicas” de María Carmen Rendiles Martínez, otorgándole el título de venerable. Este es el primer paso hacia su posible santidad, según el procedimiento católico de canonización. En febrero de 2014 se inició una etapa diocesana de investigación de un presunto milagro atribuido a la Madre Carmen. Esta fase de la investigación concluyó el 18 de septiembre de 2014 con una sesión solemne del tribunal diocesano, que fue oficiada en Caracas por el cardenal Jorge Urosa Savino. En dicha sesión se reconocieron y sellaron los fascículos que se entregaron al Vaticano para su estudio.

Oremos por la pronta beatificación de esta venezolana común en camino extraordinario hacia los altares, para que su testimonio sea ejemplo de vida para muchos y en estos momentos difíciles, podamos expresar como ella: “Más que cantar a la cruz, quiero llevarla cantando”. 


3 comentarios:

  1. Nuestro lema: "Viva Jesús Hostia. Por siempre"
    muy agradecidas por dar a conocer la vida y el testimonio de nuestra Venerable Madre Carmen Rendiles Martínez fundadora de la Congregación Siervas de Jesús. "Pídale a Jesús que usted lo conozca cada vez más y más, y que cada vez se olvide más de usted para amarlo y servirlo a Él". Ideario N° 182.

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  2. http://pastoralsiervasdejesus.blogspot.com/

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  3. Estamos para servir hermana. Gracias a ustedes por tan loable labor al seminario.

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