La Buena Noticia del Domingo, III
Pascual / C.
Smta. José M. Molero T.
jmmtorres24@gmail.com
Juan 21,1-12
En
aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de
Tiberíades. Se les apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás
(llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y
otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le
respondieron: “También nosotros vamos contigo”. Salieron y se embarcaron, pero
aquella noche no pescaron nada. Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en
la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: “Muchachos,
¿han pescado algo?” Ellos contestaron: “No”. Entonces él les dijo: “Echen la
red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron, y luego ya
no podían jalar la red por tantos pescados. Entonces el discípulo a quien amaba
Jesús le dijo a Pedro: “Es el Señor”. Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que
era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se
tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con
los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros. Tan pronto como
saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les
dijo: “Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”. Entonces Simón
Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados
grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se
rompió la red. Luego les dijo Jesús: “Vengan a almorzar”. Y ninguno de los
discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres?”, porque ya sabían que era
el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado.
Esta
fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar
de entre los muertos. Después de almorzar le preguntó Jesús a Simón Pedro:
“Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Él le contestó: “Sí, Señor, tú
sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”. Por segunda vez
le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Él le respondió: “Sí, Señor, tú
sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Pastorea mis ovejas”. Por tercera vez le
preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Pedro se entristeció de que Jesús
le hubiera preguntado por tercera vez si lo quería y le contestó: “Señor, tú lo
sabes todo; tú bien sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas.
Yo te aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías la ropa e ibas a donde
querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te ceñirá y te
llevará a donde no quieras”. Esto se lo dijo para indicarle con qué género de
muerte habría de glorificar a Dios. Después le dijo: “Sígueme”.
COMENTARIO
La iniciativa común de Pedro y
de los otros no tiene resultado. “No pescaron nada”. ¡Cuántas noches de trabajo
infructuoso recordamos en nuestra vida personal y apostólica! Aunque también,
seguramente, “pescas milagrosas” que no se podían explicar por los meros
recursos y méritos humanos, sino que se deben atribuir a la ayuda invisible de
Cristo y de su Espíritu.
Fracasos y éxitos, alegrías y
decepciones. Podemos aprender la lección del evangelio: cuando estaba Jesús,
los discípulos lograban una pesca admirable; cuando no estaba, no conseguían
nada. Igual nos pasa a nosotros. Es el Resucitado, que se nos “aparece”
misteriosamente en su Palabra, en su Eucaristía, en la presencia continuada en
nuestra existencia, quien hace eficaz nuestro trabajo. El aviso que dio a los
suyos en la Última Cena vale también para nosotros: “Sin mí no podéis hacer
nada” (Jn 15,4).
Eso nos invita a no contar sólo
con nuestros métodos y estructuras, sino a trabajar en el nombre del Señor, con
una actitud de humildad, y a la vez con la confianza de que nuestro trabajo no
será en vano.
Jesús nos da una lección
magistral de tolerancia y perdón. Le pregunta, sencillamente: “¿Pedro, me amas
más que estos?”, y Pedro contesta con humildad: “Señor, tú sabes que te quiero”.
Se cuida mucho de no añadir que “más que los demás”. Pedro, el impulsivo, el
que a pesar de sus defectos quería de veras a Jesús, tuvo aquí la ocasión de
reparar su triple negación con una triple profesión de amor.
Agradezcamos al Señor su
perdón; y aprender su lección de delicadeza y perdón: ¿hacemos fácil el camino
de la rehabilitación a las personas que han cometido errores o fallos? ¿Qué
cara les ponemos, qué palabras les dirigimos? ¿Tenemos capacidad de perdonar y
olvidar? Jesús perdonó a Pedro y le restituyó su confianza, ¿somos imitadores
de Jesús también en esto?
ORACIÓN
Manifiéstate
de nuevo, Señor.
Sin
ti no podemos hacer nada;
nuestra
red sigue estando vacía y no sirve de nada el esfuerzo de echarla al mar.
Queremos
ser dóciles a tu Palabra.
Haznos
experimentar el poder de tu perdón que sana nuestras heridas,
y
a pesar de nuestras debilidades, ayúdanos a permanecer en ti,
repitiendo
humildemente: “Señor, tú lo
sabes todo. Tú sabes que te amo”.