lunes, 28 de marzo de 2016

SEAN MISERICORDIOSOS, COMO EL PADRE ES MISERICORDIOSO


“Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.” Jn 20, 27

Pbro. William José Vázquez Toro
Formador del Seminario Mayor
Seminario San Buenaventura

La Alegría que inundó a los Apóstoles al ver al Señor el día de la Resurrección es la que inunda el corazón de cada cristiano cuando adora y contempla la eterna Misericordia de Dios, manifestada de modo palpable en Jesús Crucificado-Resucitado. En efecto, Cristo resucitado se aparece a sus discípulos y les muestra las manos, en las que sigue teniendo las huellas de los clavos, y el costado donde sigue teniendo la herida causada por la lanza que lo traspasó; Aquél que está frente a ellos es el mismo que sufrió los insultos, la traición, la crueldad de la cruz, es sobre todo Aquél en quien Dios ha mostrado su amor hasta el extremo, sin límites, para con la humanidad: esta es la inmensa ternura de Dios. Está con ellos el que estuvo muerto pero que ahora vive eternamente. Los discípulos, que estaban encerrados por miedo, ahora rebosan de alegría.

Pero, como el apóstol Tomás, también muchas veces nos hemos apartado de la Comunidad de fe, sentimos temores y oscuridades que nos hacen huir, nos volvemos incrédulos, las frustraciones y los fracasos nos nublan la mente y cierran el corazón a las maravillas de Dios; sin embargo “el Señor sana los corazones afligidos y les venda sus heridas” (Sal. 147,3), levanta al hombre de su miseria y le concede su paz, su perdón y su Espíritu, se conmueve profundamente por nosotros, sus hijos ante tales oscuridades, y a pesar de tantas rebeldías nos da la oportunidad de dejarnos tocar el corazón, de dejarnos abrazar, no se cansa de perdonar. Como a Tomás, Jesús Resucitado también nos pide que toquemos sus llagas gloriosas, que entremos en ellas, pero ¿qué puede significar esto?

Las llagas de Cristo las encontramos en muchas partes: en los Sacramentos, en su Palabra, en nuestros hermanos, sobre todo en los más sufrientes, excluidos y enfermos, en el dolor de nuestra sociedad, en la familia, en la comunidad, en el corazón. Jesús quiere que experimentemos su misericordia, tocando su carne viva en tantas llagas que nos salen al encuentro. ¿Soy capaz de tocar las llagas de Cristo? Sólo atreviéndonos a tocar estas llagas podremos también mostrar su misericordia al mundo, así serán dichosos los que crean sin haber visto, porque el amor de Dios se hace tangible cuando cada cristiano ofrece amor, perdón, solidaridad, respeto, tolerancia, generosidad… en esto consiste ser Misericordiosos como el Padre, tocando tantas heridas para inundarlas de la gloria del Señor.

Es una bendición celebrar en este segundo Domingo de Pascua el gran misterio de la Divina Misericordia, misterio que contemplamos de modo excepcional durante este Jubileo extraordinario de la Misericordia, convocado por el Papa Francisco, y que está siendo para la Iglesia una oportunidad para sumergirse cada vez más en esta hermosa realidad del amor de Dios, recordando que “¡Este es el tiempo oportuno para cambiar de vida! Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón” (Papa Francisco, Misericordiae Vultus, nº. 19). De alguna manera, la solemnidad que hoy celebramos se está prolongando durante cada día de este año jubilar en todo el mundo; en cada Diócesis, Parroquia y Comunidad eclesial se realizan peregrinaciones hacia las Puertas santas de la Misericordia, jornadas de confesiones, de oración, de atención a tantas realidades de dolor y sufrimiento, y múltiples iniciativas pastorales, que nos deben llevar a que nuestro testimonio cristiano sea auténtico.

Las obras de misericordia, corporales y espirituales, son expresión de que la gracia de Dios no queda infecunda en nosotros, sino que se hace vida, “su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga... para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado.” (Papa Francisco, Misericordiae Vultus, nº. 15) Seamos allí portadores de la alegría de Cristo resucitado, una alegría que transforma nuestra realidades oscuras y nuestros miedos, como lo fue para Tomás y los discípulos; una alegría que da su paz y perdón donde hay división, odio, violencia, inseguridad, opresión; una alegría que da esperanza allí donde hay muerte, pobreza, escasez de alimentos y medicinas, abuso de poder e injusticias, desilusión; una alegría que nos hace transmisores de la fuerza de su Espíritu allí donde hace falta el anuncio del Evangelio, donde hay un corazón dispuesto a decirle Sí al amor. Toquemos las gloriosas llagas de Jesús resucitado y proclamemos así que es Eterna su Misericordia.


La integración de la persona en la acción

según Karol Wojtyla en su obra Persona y acción.

Smta. Onías Rojas
oniasr95@gmail.com

Karol Jozef Wojtyla nace en Wadowice, Polonia el 18 de mayo de 1920, estudió en la Universidad Haghellonica de Cracovia antes de que estallara la II Guerra mundial (1939-1945), luego, ingresa en el Angelicum de Roma. Es ordenado sacerdote en 1946 y electo Papa en 1978. Muere, finalmente, en mayo del 2005. (Barrio, 2005 p. 572, 589)

En la obra Persona y acción (1969) de Karol Wojtyla, se refleja de modo general un pensamiento personalista de la visión del hombre contemporáneo analizado en base a la fenomenología de Max Scheler. Dentro del pensamiento personalista de Wojtyla, juega un papel importante el actuar del hombre, por lo que se toma el estudio del mismo a través su acto. La integración de la persona en la acción, se toma de la tercera parte de la obra mencionada.

Wojtyla parte de que el actuar es sólo de personas, es una realidad dinámica propia del hombre. Entiéndase por acción, la actuación intencionada y deliberada del hombre. Con esto se procede al estudio de la persona en la acción, teniendo en cuenta que el hombre se conoce por su acción. Para ello, Wojtyla parte, en primer lugar, explicando desde la fenomenología, su concepción antropológica. Y luego, la aplica a una visión existencial de la persona para que se dé la integración de la misma en la acción.

Wojtyla, considera que para la integración de la persona en la acción hay que tener en cuenta dos fundamentos a partir de la estructura del hombre, que distingue a éste, de un ser meramente natural. Primero, autogobierno: que indica a la persona en cuanto es aquella que se gobierna así misma y está sujeta y subordinada a sí misma; y luego, autoposesión: que indica a la persona en cuanto es aquella que se posee a sí misma y está en posesión de sí misma (cf. Wojtyla, 1982, p. 222). De esta manera se da el primer paso, es decir, se concientiza a la persona de estas dos capacidades, gobernarse y poseerse, y así toma parte en ella la autodeterminación que se entiende como el ejercicio, del hombre, de estas capacidades (cf. Wojtyla, 1982, p. 226). La persona, entonces, busca en sus actos, la trascendencia, esto es, que por el hecho de asumir esas capacidades comienza ver más allá de su realidad física.

Con esto, la persona pasa a concientizar, también, sus dimensiones, y Wojtyla, presenta éstas como dos elementos por los que la persona se manifiesta, a saber: soma y psique, los cuales toman parte activa en la integración (cf. Wojtyla, 1982, p. 231). A cada uno corresponde una característica. Al soma corresponde la reactividad y a la psique la emotividad. El primero, el soma, es la totalidad del hombre en cuanto ser físico, esto comprende el cuerpo con todo el organismo y su funcionamiento; y la reactividad es la respuesta del soma a estímulos externos, es decir, la alteración del cuerpo (cf. Wojtyla, 1982, p. 234). El segundo, la psique, es propia de las manifestaciones de la vida del hombre, que no son en sí materiales pero que muestran dependencia o condicionamiento somático, como el ver, el sentir y las emociones (cf. Wojtyla, 1982, p. 235).

La función psicosomática, toma parte en la persona para su integración en la acción, en cuanto asume las capacidades antes mencionadas, no porque sean independientes de la persona sino porque tiene sus propios dinamismos que deben ser integrados por la persona en el momento de su manifestación, es decir, en la acción.

El cuerpo es el fundamento esencial del hombre, por él, la persona se expresa externamente y el hombre se realiza como persona; por eso Wojtyla, atribuye al cuerpo la movilidad (cf. Wojtyla, 1982, p. 237). El cuerpo es objeto de la persona en cuanto ella debe gobernarlo y poseerlo para la acción (cf. Wojtyla, 1982, p. 238) y por ser parte de la naturaleza, el cuerpo en su reactividad, manifiesta la vitalidad como respuesta instintiva natural de supervivencia (cf. Wojtyla, 1982, p. 245).