“Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.” Jn 20, 27
Pbro. William José Vázquez Toro
Formador del Seminario Mayor
Seminario San Buenaventura
La Alegría que inundó a los Apóstoles al ver al Señor el día de la Resurrección es la que inunda el corazón de cada cristiano cuando adora y contempla la eterna Misericordia de Dios, manifestada de modo palpable en Jesús Crucificado-Resucitado. En efecto, Cristo resucitado se aparece a sus discípulos y les muestra las manos, en las que sigue teniendo las huellas de los clavos, y el costado donde sigue teniendo la herida causada por la lanza que lo traspasó; Aquél que está frente a ellos es el mismo que sufrió los insultos, la traición, la crueldad de la cruz, es sobre todo Aquél en quien Dios ha mostrado su amor hasta el extremo, sin límites, para con la humanidad: esta es la inmensa ternura de Dios. Está con ellos el que estuvo muerto pero que ahora vive eternamente. Los discípulos, que estaban encerrados por miedo, ahora rebosan de alegría.
Pero, como el apóstol Tomás, también muchas veces nos hemos apartado de la Comunidad de fe, sentimos temores y oscuridades que nos hacen huir, nos volvemos incrédulos, las frustraciones y los fracasos nos nublan la mente y cierran el corazón a las maravillas de Dios; sin embargo “el Señor sana los corazones afligidos y les venda sus heridas” (Sal. 147,3), levanta al hombre de su miseria y le concede su paz, su perdón y su Espíritu, se conmueve profundamente por nosotros, sus hijos ante tales oscuridades, y a pesar de tantas rebeldías nos da la oportunidad de dejarnos tocar el corazón, de dejarnos abrazar, no se cansa de perdonar. Como a Tomás, Jesús Resucitado también nos pide que toquemos sus llagas gloriosas, que entremos en ellas, pero ¿qué puede significar esto?
Las llagas de Cristo las encontramos en muchas partes: en los Sacramentos, en su Palabra, en nuestros hermanos, sobre todo en los más sufrientes, excluidos y enfermos, en el dolor de nuestra sociedad, en la familia, en la comunidad, en el corazón. Jesús quiere que experimentemos su misericordia, tocando su carne viva en tantas llagas que nos salen al encuentro. ¿Soy capaz de tocar las llagas de Cristo? Sólo atreviéndonos a tocar estas llagas podremos también mostrar su misericordia al mundo, así serán dichosos los que crean sin haber visto, porque el amor de Dios se hace tangible cuando cada cristiano ofrece amor, perdón, solidaridad, respeto, tolerancia, generosidad… en esto consiste ser Misericordiosos como el Padre, tocando tantas heridas para inundarlas de la gloria del Señor.
Es una bendición celebrar en este segundo Domingo de Pascua el gran misterio de la Divina Misericordia, misterio que contemplamos de modo excepcional durante este Jubileo extraordinario de la Misericordia, convocado por el Papa Francisco, y que está siendo para la Iglesia una oportunidad para sumergirse cada vez más en esta hermosa realidad del amor de Dios, recordando que “¡Este es el tiempo oportuno para cambiar de vida! Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón” (Papa Francisco, Misericordiae Vultus, nº. 19). De alguna manera, la solemnidad que hoy celebramos se está prolongando durante cada día de este año jubilar en todo el mundo; en cada Diócesis, Parroquia y Comunidad eclesial se realizan peregrinaciones hacia las Puertas santas de la Misericordia, jornadas de confesiones, de oración, de atención a tantas realidades de dolor y sufrimiento, y múltiples iniciativas pastorales, que nos deben llevar a que nuestro testimonio cristiano sea auténtico.
Las obras de misericordia, corporales y espirituales, son expresión de que la gracia de Dios no queda infecunda en nosotros, sino que se hace vida, “su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga... para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado.” (Papa Francisco, Misericordiae Vultus, nº. 15) Seamos allí portadores de la alegría de Cristo resucitado, una alegría que transforma nuestra realidades oscuras y nuestros miedos, como lo fue para Tomás y los discípulos; una alegría que da su paz y perdón donde hay división, odio, violencia, inseguridad, opresión; una alegría que da esperanza allí donde hay muerte, pobreza, escasez de alimentos y medicinas, abuso de poder e injusticias, desilusión; una alegría que nos hace transmisores de la fuerza de su Espíritu allí donde hace falta el anuncio del Evangelio, donde hay un corazón dispuesto a decirle Sí al amor. Toquemos las gloriosas llagas de Jesús resucitado y proclamemos así que es Eterna su Misericordia.