Generalmente la familia es considerada como
primera escuela de formación humana, allí se comienza a cimentar el
conocimiento emocional, intelectual, cívico e integral del ciudadano. Es la
pareja o padres quienes juegan un papel muy importante, puesto que el niño
observará y seguidamente aprenderá e imitará los patrones de conductas,
actitudes, valores, entre otros; que se practiquen en casa para ponerlos en
práctica y hacerlos suyos posteriormente.
Al respecto Scurato, (1995), refiere: “por eso a la familia hay que
analizarla y verla no solamente como una unión de individuos o personas que se
asocian, que comparten o que han firmado un contrato, sino sobre todo, como
pareja humana” (p. 20), es decir, se recomienda acompañar más a los hijos,
prestarles la atención que merecen, tal vez suene muy fácil pero en la realidad
pudiera resultar un serio problema bastante difícil o casi imposible de lograr,
pero si se iniciara desde el amor como principio fundamental fortalecería de
manera considerable a la familia, permitiéndole ser más llevadero, más
comprensible y más fructuoso.
Por cierto, los hijos reflejan lo que son sus
padres, pero muchas parejas no terminan de comprender en qué consiste o en qué
se basa esa unión que algún día decidieron formar, causando así grandes daños
psicológicos y afectivos en los mismos, yendo desde niños violentos,
imperativos y pasivos hasta conductas excelentes, con valores, que piensan
también en el hermano, amigo o vecino, que han sido construidos por sus
representantes.
Por otro lado, existen casos de
niños y jóvenes que se refugian en la calle en busca, de ese sentimiento, de
comprensión y motivación que no pudieron recibir en casa, tal vez por la falta de
tiempo de sus padres, por sus trabajos o simplemente por impaciencia y
preocupaciones de otras cosas que terminan por descuidar la comunicación y educación
familiar, ocasionando de tal manera problemas conductuales y en última
instancia vacíos existenciales, en casos extremos.
El DA, (2007), afirma que “es,
además, un deber de los padres especialmente a través de su ejemplo de vida, la
educación de los hijos para el amor como don de sí mismos y la ayuda que ellos
presten para descubrir su vocación de servicio” (n° 303); no cabe duda que el
peso de la educación o formación de nuevos seres en la sociedad, recae sobre la
familia.
El padre, en su misión y como todo padre,
quiere lo mejor para su hijo; pero justamente en esta medida podría equivocarse
y entregarle más de lo necesario, causando por otro lado un serio problema,
enseñándoles a ver la vida de manera materialista y consumista, por lo que
pareciera que la vida se basa en una balanza en la que hay que recurrir
continuamente para dar respuestas a las múltiples preguntas que se presentan. Cabe
destacar, que la pareja en su papel de formadores debe estar preparada y
empapada de esos conocimientos que luego deberá enseñar a sus hijos, pues nadie
puede dar lo que no tiene.
No obstante, si en la familia se pudiera sentir ajeno o no amado, sería
síntoma que aún no conoce los suyos. Al respecto, De Paredes (1987), señala: “ahora
piensa: en tu casa hay otras personas que te pueden dar calor, amor, te pueden
hacer crecer, reír, llorar; pueden ser felices a tu lado, y tu quizás ni te has
dado cuenta” (p. 77). Es el caso de muchas parejas, donde prefieren buscar amor
fuera de sus casas no dándose la oportunidad de conocer ese tesoro que tal vez
pueda tener y que no lo han descubierto.
Finalmente, es necesaria la
concientización del amor familiar dentro de la formación de nuevos ciudadanos
para la sociedad, que garanticen la generación de relevo basados en principios
como el respeto, la humildad, el servicio, y el bien común, aplicando la
tolerancia y conviviendo en armonía como familia, disfrutando de cada detalle,
por pequeño que sea, y de esta manera lograr sensibilizarse ante la realidad de
los más necesitados.
Autor:
Seminarista José Eliodoro Rojas Plaza