lunes, 6 de agosto de 2018

El amor en familia, constructor de la sociedad

   
        Generalmente la familia es considerada como primera escuela de formación humana, allí se comienza a cimentar el conocimiento emocional, intelectual, cívico e integral del ciudadano. Es la pareja o padres quienes juegan un papel muy importante, puesto que el niño observará y seguidamente aprenderá e imitará los patrones de conductas, actitudes, valores, entre otros; que se practiquen en casa para ponerlos en práctica y hacerlos suyos posteriormente.

Al respecto Scurato, (1995),  refiere: “por eso a la familia hay que analizarla y verla no solamente como una unión de individuos o personas que se asocian, que comparten o que han firmado un contrato, sino sobre todo, como pareja humana” (p. 20), es decir, se recomienda acompañar más a los hijos, prestarles la atención que merecen, tal vez suene muy fácil pero en la realidad pudiera resultar un serio problema bastante difícil o casi imposible de lograr, pero si se iniciara desde el amor como principio fundamental fortalecería de manera considerable a la familia, permitiéndole ser más llevadero, más comprensible y más fructuoso.

 Por cierto, los hijos reflejan lo que son sus padres, pero muchas parejas no terminan de comprender en qué consiste o en qué se basa esa unión que algún día decidieron formar, causando así grandes daños psicológicos y afectivos en los mismos, yendo desde niños violentos, imperativos y pasivos hasta conductas excelentes, con valores, que piensan también en el hermano, amigo o vecino, que han sido construidos por sus representantes.

Por otro lado, existen casos de niños y jóvenes que se refugian en la calle en busca, de ese sentimiento, de comprensión y motivación que no pudieron  recibir en casa, tal vez por la falta de tiempo de sus padres, por sus trabajos o simplemente por impaciencia y preocupaciones de otras cosas que terminan por descuidar la comunicación y educación familiar, ocasionando de tal manera problemas conductuales y en última instancia vacíos existenciales, en casos extremos.

El DA, (2007), afirma que “es, además, un deber de los padres especialmente a través de su ejemplo de vida, la educación de los hijos para el amor como don de sí mismos y la ayuda que ellos presten para descubrir su vocación de servicio” (n° 303); no cabe duda que el peso de la educación o formación de nuevos seres en la sociedad, recae sobre la familia.

 El padre, en su misión y como todo padre, quiere lo mejor para su hijo; pero justamente en esta medida podría equivocarse y entregarle más de lo necesario, causando por otro lado un serio problema, enseñándoles a ver la vida de manera materialista y consumista, por lo que pareciera que la vida se basa en una balanza en la que hay que recurrir continuamente para dar respuestas a las múltiples preguntas que se presentan. Cabe destacar, que la pareja en su papel de formadores debe estar preparada y empapada de esos conocimientos que luego deberá enseñar a sus hijos, pues nadie puede dar lo que no tiene.

  No obstante, si en la familia se pudiera sentir ajeno o no amado, sería síntoma que aún no conoce los suyos. Al respecto, De Paredes (1987), señala: “ahora piensa: en tu casa hay otras personas que te pueden dar calor, amor, te pueden hacer crecer, reír, llorar; pueden ser felices a tu lado, y tu quizás ni te has dado cuenta” (p. 77). Es el caso de muchas parejas, donde prefieren buscar amor fuera de sus casas no dándose la oportunidad de conocer ese tesoro que tal vez pueda tener y que no lo han descubierto.

Finalmente, es necesaria la concientización del amor familiar dentro de la formación de nuevos ciudadanos para la sociedad, que garanticen la generación de relevo basados en principios como el respeto, la humildad, el servicio, y el bien común, aplicando la tolerancia y conviviendo en armonía como familia, disfrutando de cada detalle, por pequeño que sea, y de esta manera lograr sensibilizarse ante la realidad de los más necesitados.


Autor:
Seminarista José Eliodoro Rojas Plaza

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