jueves, 16 de junio de 2016

PRE-CURSILLO VOCACIONAL a la vida diocesana

La Buena Noticia del Domingo XII, Ordinario / C.

Smta. Guzmán Contreras
albeiro_contreras@hotmail.com

Lucas 9,18–24:
Un día en que Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar solitario para orar, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos contestaron:“Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que alguno de los antiguos profetas que ha resucitado”. Él les dijo: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Respondió Pedro: “El Mesías de Dios”. Él les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie. Después les dijo: “Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día”. Luego, dirigiéndose a la multitud, les dijo: “Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga. Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ése la encontrará”

Comentario

¿Quién dice la gente que soy yo?, de esta manera el Señor introduce el diálogo con los apóstoles para tantear en ellos el sentir de la gente con respecto a Él. De manera inmediata el Señor les pregunta a ellos: ¿quién dicen ustedes que soy yo? y éste será el punto de partida para reflexionar acerca de tres verbos fundamentales que se esconden en medio del texto que nos presenta el evangelio de san Lucas.

El primero de estos verbos es “conocer”: la pregunta de Jesús gira en torno al grado de conocimiento que tiene la gente y los apóstoles acerca de Él. Para el cristiano la relación de acercamiento al Señor se da a través de la percepción y conocimiento que tenemos de Él; conocimiento que no solo se basa en la capacidad cognitiva de aprehender sino en la disposición sencilla del corazón para aceptar la Revelación.

Jesús tantea e indaga en los corazones de sus hermanos ¿quién es Él para nosotros? Y según sea nuestra respuesta nos interpela con otro verbo escondido “amar”: pues sí, amar es la palabra en la que se puede resumir el anuncio de la Pasión que el Señor hace a sus discípulos después de esculcar en sus corazones y descubrir qué es lo que ellos piensan de Él. Jesús pone de manifiesto su misión salvífica, su entrega amorosa, la prenda del amor más grande “ser ejecutado y resucitar al tercer día”; y nos quiere hacer partícipes de esta entrega al invitarnos a negarnos a nosotros mismos, cargar con nuestra cruz diaria y seguirlo. Es muy difícil conocer al Señor en la intimidad de su corazón y resistirnos a amarle. Pero la alegría del amor cristiano no puede contenerse en sí misma y tiene que manifestarse en lo concreto.
Aquí entra en escena el tercer verbo, “servir”: dice el Señor al final del evangelio: “pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará”. Y precisamente jugarse la vida por la causa del Señor implica extender y compartir el AMOR en el servicio generoso, dando testimonio fidedigno de ese seguimiento al que el Señor nos ha invitado.


Son estos tres verbos, que pasan desapercibidos en este evangelio y que resuenan en el mismo corazón de las Sagradas Escrituras, los que deben convertirse en el 1, 2, 3 de la vida del cristiano: Conocer, Amar, y Servir. Ciertamente no es cosa fácil pero al vivir estos tres verbos en nuestro día a día, al igual que Pedro le decimos al Señor, no solo con nuestros labios, sino también con nuestro testimonio y nuestro corazón: “TU ERES EL MESÍAS DE DIOS”.