La Buena Noticia del Domingo XII,
Ordinario / C.
Smta. Guzmán
Contreras
albeiro_contreras@hotmail.com
Un día en que
Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar solitario para orar,
les preguntó: “¿Quién dice la gente
que soy yo?” Ellos contestaron:“Unos dicen que
eres Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que alguno de los antiguos
profetas que ha resucitado”. Él les dijo: “Y ustedes, ¿quién
dicen que soy yo?” Respondió Pedro: “El Mesías de
Dios”. Él les ordenó
severamente que no lo dijeran a nadie. Después les dijo: “Es necesario que
el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos
sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al
tercer día”. Luego, dirigiéndose
a la multitud, les dijo: “Si alguno quiere
acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me
siga. Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el
que la pierda por mi causa, ése la encontrará”
Comentario
¿Quién
dice la gente que soy yo?, de esta manera el Señor introduce el diálogo con los
apóstoles para tantear en ellos el sentir de la gente con respecto a Él. De
manera inmediata el Señor les pregunta a ellos: ¿quién dicen ustedes que soy
yo? y éste será el punto de partida para reflexionar acerca de tres verbos fundamentales que se
esconden en medio del texto que nos presenta el evangelio de san Lucas.
El
primero de estos verbos es “conocer”:
la pregunta de Jesús gira en torno al grado de conocimiento que tiene la gente
y los apóstoles acerca de Él. Para el cristiano la relación de acercamiento al
Señor se da a través de la percepción y conocimiento que tenemos de Él;
conocimiento que no solo se basa en la capacidad cognitiva de aprehender sino
en la disposición sencilla del corazón para aceptar la Revelación.
Jesús
tantea e indaga en los corazones de sus hermanos ¿quién es Él para nosotros? Y
según sea nuestra respuesta nos interpela con otro verbo escondido “amar”: pues sí, amar es la palabra en
la que se puede resumir el anuncio de la Pasión que el Señor hace a sus
discípulos después de esculcar en sus corazones y descubrir qué es lo que ellos
piensan de Él. Jesús pone de manifiesto su misión salvífica, su entrega
amorosa, la prenda del amor más grande “ser ejecutado y resucitar al tercer
día”; y nos quiere hacer partícipes de esta entrega al invitarnos a negarnos a
nosotros mismos, cargar con nuestra cruz diaria y seguirlo. Es muy difícil conocer
al Señor en la intimidad de su corazón y resistirnos a amarle. Pero la alegría
del amor cristiano no puede contenerse en sí misma y tiene que manifestarse en
lo concreto.
Aquí
entra en escena el tercer verbo, “servir”:
dice el Señor al final del evangelio: “pues el que quiera salvar su vida la
perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará”. Y precisamente
jugarse la vida por la causa del Señor implica extender y compartir el AMOR en
el servicio generoso, dando testimonio fidedigno de ese seguimiento al que el
Señor nos ha invitado.
Son
estos tres verbos, que pasan desapercibidos en este evangelio y que resuenan en
el mismo corazón de las Sagradas Escrituras, los que deben convertirse en el 1,
2, 3 de la vida del cristiano: Conocer, Amar, y Servir. Ciertamente no es cosa
fácil pero al vivir estos tres verbos en nuestro día a día, al igual que Pedro
le decimos al Señor, no solo con nuestros labios, sino también con nuestro
testimonio y nuestro corazón: “TU ERES EL MESÍAS DE DIOS”.
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