Ese Dios en quien “nos
movemos, existimos y somos; quien da la vida a los muertos y llama a la
existencia lo que no existe; que es desde siempre y para siempre, nunca podría
ser abarcable por nuestra inteligencia o nuestro deseo, siempre será para
nosotros misterio”. Debe existir una postura, para llevar una vida espiritual
que acarree al hombre ir descubriendo la
accesibilidad al conocimiento divino. Cada persona debe tener un modo propio
definido sobre cómo encontrarlo, descubriendo que es el mismo Dios quien otorga
la modalidad.
Dios equilibró desde el
principio el conocimiento en el hombre, de tal modo que nunca puede llegar a
conocer lo que Dios es, pero nunca puede ignorar que existe. En este
encontrarse con Dios, Él lo quiere todo para el individuo, por eso el hombre
debe perfeccionar al máximo toda modalidad que haya colocado en su interior,
“el hombre de fe está absolutamente convencido desde el principio de que ha de
dejar que Dios lleve las cosas por sus caminos, casi siempre incomprensibles”.
Hay que dejar que Dios opere en este proceso, reconociendo que la obra la
realiza Él mismo.
Dios es el fundamento por el
cual se debe amar, no debe existir otra manera que ese amor, que es sin modo
alguno. Él es el Ser más allá de todas las cosas, es un Ser sin modalidad. Por
eso la condición por la que se le debe amar es sin modo, más allá de todo lo
que pudiese decírsele, porque si se ama con una condición se puede limitar solo
a ese modo, por ende exige al hombre la ausencia de forma de amarlo.
El concepto enfático y
central que ayuda al hombre a encontrarse con Dios es el desasimiento. “El
verbo alemán abescheiden significa
separarse, apartarse, irse, despedirse, morir, resolverse”. Esto va conforme al
hombre que puede vivir desasido, retraído, separado en medio del mundo. Cuando
se miran todas las virtudes, propuesta por la teología, no se encuentra ninguna
tan completamente inmaculada y tan capaz de relacionar al hombre con Dios, como
lo es el desasimiento.
La vocación absoluta y total
del ser humano debe ser la posesión de Dios, y un paso clave para ese encuentro
es el desasimiento. Cuando ya ha encontrado el hombre un verdadero desasimiento
no queda otra cosa que la posesión de Dios. La persona debe aprehender a Dios
en todas las cosas y ha de acostumbrar su ánimo a tener siempre presente al Creador.
La verdadera posesión de Dios, depende de la mente y de una afectuosa
disposición hacia Él, no de un perenne y parejo pensamiento en Él mismo. El individuo
debe estar compenetrado de la presencia divina y ser configurado a fondo con la
forma de su Dios amado y hacerse esencial en Él, de modo que le resplandezca esta
presencia sin esfuerzo alguno, y así logre desnudarse de todas las cosas y se
mantenga completamente libre de ellas para que se haga visible esa imagen de
Dios que se da por amor a la persona humana.
Quien, de tal manera, tiene
presente al creador en todas las cosas y quien domina y usa su entendimiento en
lo más elevado, conoce la verdadera paz y posee el legítimo reino de los cielos.
Las obras humanas adquieren su bondad cuando la mente del hombre esté orientada
únicamente hacia el Ser sin modalidad, y este es el hecho, en que toda persona
tenga ese desasimiento interior para que así le dé cabida al Él, en medio de su
vida, teniendo una dirección únicamente hacia el conocimiento divino.
Autor:
Seminarista
Jhon Jairo Dávila
Fuentes:
García, José, “La voluntad de Dios”, Sal Terrae, Madrid, t. 98/6 (n. 1.146),
Junio 2010, p. 511.
HAAS, Alois María, Maestro Eckhart, Barcelona-España, Herder, 2002, p. 33. 48-71
Rovira, Josep, “¿Por qué hablamos aún
hoy de la Trinidad?, Sal Terrae,
Madrid, t. 91/3 (n.1.065), Marzo 2003, p. 182.
Vives, Josep, Meditación sobre los
‘caminos de Dios’, Sal Terrae,
Madrid, t. 83/4 (n. 978), Abril 1995, p. 255.
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