viernes, 3 de agosto de 2018

La Plegaria Eucarística, punto culminante de la Liturgia católica


Para el hombre religioso, una vida alejada del culto a Dios carece de sentido. Desde sus inicios ha elevado oraciones, plegarias, para que le escuche, le proteja o le consuele. Según sea el caso, la tradición del pueblo escogido por Yahvé, ha plasmado la interacción entre lo divino y lo terrenal. Esta interacción es el resultado de una religiosidad enraizada en todos los ambientes de la vida del hombre. En consecuencia, Jesús adopta esta cultura y la lleva a plenitud entregándose como sacrificio en la cruz.

Una mirada al sacrificio histórico de Cristo demuestra la existencia de un misterio que no ha sido comprendido del todo. Se relata una muerte que ha trascendido en el tiempo y que se perpetúa como oblación perfecta en cada Misa celebrada en todo rincón del mundo. Dentro de estas conmemoraciones, las plegarias eucarísticas establecen el punto culmen de la litúrgica católica. Conocer su contenido introduce al creyente en la historia de la salvación y lo involucra en el sacrificio que se ofrece, se hace partícipe en el encuentro comunitario y se apertura al encuentro personal con Jesucristo presente entre la asamblea.

El núcleo de la plegaria eucarística es el relato de la Cena del Señor. En ella se desarrolla la alabanza y la acción de gracias al Padre por la salvación de los hombres, la invocación del poder de Dios para actualizar la Cena de Jesús, y el anuncio de la obra redentora de Cristo. El sacrificio eucarístico es ofrecido por la Iglesia universal, quien pide la paz y la unidad. Es Cristo quien se hace presente y quien actúa a través del sacerdote.

En este sentido, la Pascua del pueblo de Israel que recordaba la salida presurosa de Egipto, era una señal de libertad y de estar ya en su propia casa. No obstante, la nueva connotación, esto es mi cuerpo y esta es mi sangre, define la Nueva Alianza que perfecciona la institución de la Pascua (cf. Ex 12,1-14) con la inmolación del cordero, y la escena del Sinaí (cf. Ex 24:3-8), con la alianza entre Yahvé y el pueblo mediante el sacrificio y aspersión de la sangre.

En la pascua cristiana, el Cordero de Dios, es inmolado en la cruz y comido en la Cena. Es una renovación del misterio salvífico de la entrega de Jesús perpetuado en la Misa como sacrificio de comunión, conmemoración de la muerte de Cristo y banquete escatológico. Todo esto se condensa en las Plegarias Eucarísticas, punto central y momento culminante de la celebración donde se demuestra el carácter sacrificial de la Santa Misa.

En las plegarias se subraya el interés por centrar la acción de gracias en el mismo Cristo y en su entrega amorosa desde la pascua. Sintoniza el espíritu de la liturgia con las necesidades del hombre como ser espiritual. Partiendo desde la historia salvífica,  inspirándose en la reforma conciliar, se desarrolla refriéndose a textos bíblicos con la intención de guiar al hombre pecador, a fin de crecer y alcanzar su perfección en Jesús.

La Iglesia actúa recordando el mandato del Señor “haced esto en memoria mía” (Lc 22,19), y de la exhortación de Pablo “pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga” (1 Cor 11,26), prolongando, incruenta y misteriosamente, la entrega de Cristo en el altar. La conmemoración litúrgica no es un recuerdo de un hecho pasado en la concepción lineal del tiempo, sino una actualización permanente del sacrificio.

Autor:
Seminarista Germán Piña

No hay comentarios:

Publicar un comentario