Smta. Gualdrón Pablo
Seminario "San Buenaventura" de Mérida
La
resurrección es el punto culminante de la revelación de Dios, es el misterio
que se muestra a los hombres para su salvación última y definitiva, sobre la
cual San Pablo nos dice: “y si Cristo no ha resucitado, es vana nuestra proclamación,
es vana nuestra fe y nosotros resultamos ser testigos falsos de Dios” (1 Cor
15,14-15). El propósito de este artículo
es esbozar brevemente las implicaciones que tiene la resurrección en la
historia de la salvación, desde una perspectiva de fe inspirada en testimonios
reales y auténticos y no aparentes. Es lo que vemos que Pablo manifiesta
cuando nos dice “si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes es ilusoria, y
sus pecados no han sido perdonados” (1 Cor 15,17). Es la esperanza del
cristiano que vive y se confía de una fe autentica, pone su vida en manos del
Señor, confía plenamente en Él y espera resucitar con Él; es la convicción de
que la vida tiene un sentido más allá de la muerte y que la existencia del
hombre se fundamenta en esa esperanza.
“La resurrección es esencialmente
objeto de fe y, consiguientemente, solo es alcanzable gracias a la fe. Pero,
sus signos o motivos históricos (externos e internos) que la legitiman son
reconocidos por la fe y son accesibles, a su vez, a través de una investigación
histórica” (Pié-Ninot, 2009, p.405), tal como lo atestiguan los hechos
acontecidos antes y después de la pascua en especial las apariciones pos-pascuales.
San Pablo nos manifiesta: “que se apareció a Cefas y después a los doce; luego
se apareció a más de quinientos hermanos de una sola vez: la mayoría viven
todavía…” (1 Cor 15, 5-8).
En consecuencia, la salvación humana
se realiza en la historia, pero ciertamente supone una comprensión desde la fe.
Por tanto, la resurrección del Señor viene a ser un hecho real que se comprende
desde la realidad de fe y no solo por hechos o constataciones puramente
empíricas. Por eso, la Iglesia es definida como comunidad de fe reunida en
torno a Cristo resucitado y asentada sobre los pilares de los apóstoles,
testigos de la resurrección.
La resurrección posibilita la gracia
y la vida en Cristo, es decir, una humanidad no sometida al pecado y a la
muerte, sino a la justificación y a la vida; no sometida al dolor, sino a la
felicidad plena y verdadera; no frustrada en la desesperación de una vida sin
sentido, sino llena de esperanza en Dios que hace posible lo imposible y que es
capaz de trasformar la semilla que muere en una nueva vida (cf.1 Cor 15,37-38).
Por tanto, es la fuerza de Dios la que es capaz de transformarlo todo, de tal
manera, que si nos dejamos llenar de su amor y abrimos nuestro corazón al Dios
de la vida, transformará nuestra condición de pecado, en gracia y viviremos en
Dios.
En conclusión, la resurrección del
Señor es una invitación a vivir la esperanza en el presente de un futuro mejor,
a luchar día a día por una vida digna y más justa; a cumplir nuestro trabajo
diario con responsabilidad y solidaridad; a no cansarnos nunca de hacer el
bien; a obsesionarnos por la vida nueva que brota de la entrega sacrificada; a
mantenernos unidos a Cristo en la esperanza plena y verdadera de la
resurrección que da sentido a los sufrimientos y luchas de este mundo.
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