martes, 19 de abril de 2016

LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR COMO INVITACIÓN A VIVIR LA ESPERANZA DE UN FUTURO MEJOR


Smta. Gualdrón Pablo
Seminario "San Buenaventura" de Mérida

La resurrección es el punto culminante de la revelación de Dios, es el misterio que se muestra a los hombres para su salvación última y definitiva, sobre la cual San Pablo nos dice: “y si Cristo no ha resucitado, es vana nuestra proclamación, es vana nuestra fe y nosotros resultamos ser testigos falsos de Dios” (1 Cor 15,14-15). El propósito de este artículo es esbozar brevemente las implicaciones que tiene la resurrección en la historia de la salvación, desde una perspectiva de fe inspirada en testimonios reales y auténticos y no aparentes. Es lo que vemos que Pablo manifiesta cuando nos dice “si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes es ilusoria, y sus pecados no han sido perdonados” (1 Cor 15,17). Es la esperanza del cristiano que vive y se confía de una fe autentica, pone su vida en manos del Señor, confía plenamente en Él y espera resucitar con Él; es la convicción de que la vida tiene un sentido más allá de la muerte y que la existencia del hombre se fundamenta en esa esperanza.

“La resurrección es esencialmente objeto de fe y, consiguientemente, solo es alcanzable gracias a la fe. Pero, sus signos o motivos históricos (externos e internos) que la legitiman son reconocidos por la fe y son accesibles, a su vez, a través de una investigación histórica” (Pié-Ninot, 2009, p.405), tal como lo atestiguan los hechos acontecidos antes y después de la pascua en especial las apariciones pos-pascuales. San Pablo nos manifiesta: “que se apareció a Cefas y después a los doce; luego se apareció a más de quinientos hermanos de una sola vez: la mayoría viven todavía…” (1 Cor 15, 5-8).

En consecuencia, la salvación humana se realiza en la historia, pero ciertamente supone una comprensión desde la fe. Por tanto, la resurrección del Señor viene a ser un hecho real que se comprende desde la realidad de fe y no solo por hechos o constataciones puramente empíricas. Por eso, la Iglesia es definida como comunidad de fe reunida en torno a Cristo resucitado y asentada sobre los pilares de los apóstoles, testigos de la resurrección.

La resurrección posibilita la gracia y la vida en Cristo, es decir, una humanidad no sometida al pecado y a la muerte, sino a la justificación y a la vida; no sometida al dolor, sino a la felicidad plena y verdadera; no frustrada en la desesperación de una vida sin sentido, sino llena de esperanza en Dios que hace posible lo imposible y que es capaz de trasformar la semilla que muere en una nueva vida (cf.1 Cor 15,37-38). Por tanto, es la fuerza de Dios la que es capaz de transformarlo todo, de tal manera, que si nos dejamos llenar de su amor y abrimos nuestro corazón al Dios de la vida, transformará nuestra condición de pecado, en gracia y viviremos en Dios.


En conclusión, la resurrección del Señor es una invitación a vivir la esperanza en el presente de un futuro mejor, a luchar día a día por una vida digna y más justa; a cumplir nuestro trabajo diario con responsabilidad y solidaridad; a no cansarnos nunca de hacer el bien; a obsesionarnos por la vida nueva que brota de la entrega sacrificada; a mantenernos unidos a Cristo en la esperanza plena y verdadera de la resurrección que da sentido a los sufrimientos y luchas de este mundo.

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